Enrique Bunbury en el Estadio GNP – Huracán Ambulante Tour 2025

El viento dejó de llorar y entonces, el huracán comenzó a cantar…

Por Ricardo Gutiérrez


La tarde se abría paso entre nubarrones grises sobre la Ciudad de México. 

En las inmediaciones del Estadio GNP, las primeras figuras aparecían bajo impermeables de colores que ondeaban al ritmo de la lluvia y viento húmedo, como banderas de resistencia. Era Tláloc que quiso advertir su presencia desde temprano, a eso de las ocho de la noche decidió tener piedad y el cielo se rendido, le cedió el turno al verdadero protagonista: Enrique Bunbury.

A las 9:30 p.m., no tan puntual y con la teatralidad que lo define, emergió del telón y los gritos vestido de rojo sangre. Parecía un torero existencial, un maestro de ceremonia del circo, un artista en guerra con la quietud. El público ya sin lluvia y con celulares en mano, le ofrecía su luz artificial, desobedeciendo la única súplica del aragonés: “no usen el celular si no es absolutamente necesario” anuncio que se dió antes de comenzar el concierto. Pero los destellos persistieron, como luciérnagas eléctricas que no saben desaparecer.

Muchos sabían ya el guión, lo habían aprendido de memoria en otras estaciones del Huracán Ambulante Tour 2025. Pero aún así, cada canción se sintió como un descubrimiento, como si el alma del cantante se abriera por primera vez ante cada verso.

"OTTO E MEZZO" fue el portal espiral para iniciar seguido de "EL CLUB DE LOS IMPOSIBLES", con su herida elegante, y el público, rendido ya desde la segunda canción, coreaba como si cada palabra les saliera del pecho. "DE MAYOR", "EL EXTRANJERO", "TE PUEDES A TODO ACOSTUMBRAR", iban hilando un tapiz de nostalgias y heridas abiertas.

Bunbury se despojaba poco a poco de sus prendas, como quien se desnuda de pasado: el saco quedó atrás, luego la camisa. Como un chamán moderno, arrojaba canciones como conjuros: "INFINITO", "BIG BANG", "QUE TENGAS SUERTECITA", "LAS CHINGADAS GANAS DE LLORAR"… palabras que eran espejos para miles.

La noche avanzaba y  viento era ahora un aliado, no una amenaza, Cuando sonó "LADY BLUE", el estadio entero fue un eco azul, un rezo melancólico, Bunbury parecía flotar entre luces violetas, mientras el tiempo se rendía a su paso.

Y aún hubo más. El encore trajo a el español que quedó en chaleco, el pantalón rojo, y un sombrero negro que se convertiría en símbolo  para interpretar "PARECEMOS TONTOS", "SERPIENTE", y la desgarradora belleza de "EL JINETE", cantada como si José Alfredo Jiménez lo susurrara desde alguna nube.

"Y AL FINAL" cerró la ceremonia entre lagrimas, dejando en el aire la sensación de haber vivido algo más grande que un concierto: un ritual de fuego y voz, un huracán que se sintió íntimo pese a la multitud.




A las 11:30 p.m. terminó el acto, pero nadie se fue del todo. Algunos aún buscaban las palabras para describir lo que acababan de presenciar. Otros guardaban su celular, sabiendo que ni mil videos lograrían capturar lo que ahí se vivió.

Bunbury no sólo cantó, recordó a todos que la música cuando se hace de verdad, no necesita filtro, ni pantalla. Solo oídos y alma dispuesta.

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